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viernes, 5 de septiembre de 2014

La muñeca asesina

Escrito por Janet Artiles
Ana apretaba la mano de Geraldo mientras sentía que la vida se le iba lentamente. Sus inmensos ojos verdes estaban llenos de lágrimas, su mayor preocupación era su hija Sasha, que quedaría desamparada cuando ella ya no estuviera en el mundo.

-Prométeme que la cuidarás como si fuera tu propia hija- le dijo entre sollozos- Perdóname Geraldo, sé que debí haberte correspondido pero nunca pude verte como más que un hermano..

Geraldo secó sus lagrimas y le dijo.

-Te juro que cuidaré a tu hija como si fuera mía, te lo juro por mi vida.


En ese instante entró el doctor a ponerle la inyección que le ayudaría a soportar el dolor tan horrendo que sentía. Después de inyectarla, Ana se quedó dormida y Geraldo salió de su habitación.

La pequeña Sasha jugaba con su perrito Max ajena a lo que estaba pasando a su alrededor. Geraldo se sentó en silencio con las manos cubriéndole el rostro para poder llorar. Ana, la mujer que más amaba, se le iba y nunca más la volvería a ver.

-Ayúdame Díos mío- suplicó- Haz un milagro, su hija la necesita...

Pero ese milagro no sucedería. En ese instante, el médico lo llamó para decirle que Ana acababa de morir.

Después de la muerte de Ana fue algo difícil para Geraldo obtener la custodia de la niña, pero Emílio, el padre de la niña, un ser ambicioso y sin escrúpulos se la entregó por una fuerte suma de dinero. Pronto Geraldo tuvo a Sasha bajo su custodia y tal como le prometió a su amada la cuidó como un verdadero padre.

Sasha fue creciendo, convirtiéndose en una niña muy linda igual que su mamá.

Cuando la niña cumplió 8 años de edad, Geraldo decidió que ya era hora de casarse, quería que la niña tuviera una figura materna, una persona que la quisiera como si fuera su propia hija. Fue así que decidió casarse con Mariela, su secretaria, pensando que ella sería la madre perfecta para su adorada hijita.

Mariela era una mujer ambiciosa y cruel, odiaba a la niña sin compasión porque sabía del amor que Geraldo sentía por Ana, y veía en la niña un extraordinario parecido con su madre. Delante de Geraldo la trataba con dulzura maternal, pero cuando él se iba a su negocio, Mariela aprovechaba para tratar a la niña como una sirvienta, obligándola a hacer toda clase de trabajo pesado, humillándola, golpeándola y muchas veces hasta la dejaba sin comer. La niña le tenía terror y por miedo callaba los malos tratos de su vil madrastra.

Una tarde, a Gerardo se le presentó un negocio muy importante en el Medio Oriente, donde unos árabes habían decidido ayudarlo a expandir su negocio por muchos países.  Geraldo tenía que viajar y estaría allí por espacio de 5 días.

Con profundo pesar Geraldo se lo dijo a su esposa. Mariela vio que esa era la oportunidad indicada para deshacerse de una vez por todas de la niña y lo instó a que viajara solo. Geraldo se despidió de Sasha y le prometió que a su regreso le traería un lindo regalo.

La niña se quedó llorando al verlo partir, como si presintiera que aquella era la última vez que lo vería. En efecto, una vez que Geraldo se marchó, su malvada madrastra comenzó su malévolo plan. Obligó a la niña a salir desnuda a la nieve y allí la dejó morir de frío. En pocas horas la niña murió, Mariela colocó su cuerpo en un saco y lo enterró en el patio de la casa. Estaba feliz. Cuando su esposo llegara le diría que la niña había sido secuestrada e inventaría una serie de mentiras para que éste creyera que así había sido. Acostumbrada a mentir sin problemas Mariela sabía que nunca se descubriría su horrendo crimen.

Lejos de allí, en el Medio Oriente. Geraldo cerraba un gran negocio y ya estaba listo para volver a casa.

La noche antes de partir se acordó de la promesa que le había hecho a su hija y salió en busca del regalo perfecto. Caminó mucho tiempo entre los mercaderes, sin tener una idea fija de lo que quería comprarle a su hija como regalo cuando, de repente, sus ojos se posaron en el escaparate de aquella tienda  y su corazón comenzó a latir de prisa. No podía ser cierto lo que estaba viendo, allí en aquella tienda había un maniquí, idéntico a su difunta amada Ana. La muñeca alta y delgada, de grandes y vidriosos ojos verdes, parecía mirarlo también y Geraldo sintió que Ana lo estaba mirando exhortándolo a que la comprara.
 Movido por un imán se acercó a la tienda y le preguntó al mercader.

-Cuanto cuesta esta muñeca?

El mercader lo miró sin entenderlo.

-Señor- le dijo- esa muñeca maniquí no está en venta, es solo para anunciar mi mercancía..

Pero Geraldo sacó un montón de dinero de su bolsillo y lo pusó en sus manos.

-Vendámela, pago lo que sea....

De camino a su país Geraldo estaba feliz, junto con él en el vuelo llevaba la muñeca y la contemplaba con ternura y sorpresa a la vez. Parecía tener a Ana ante él nuevamente y su felicidad no tenía límites.

Cuando llegó a su casa, ansioso y  feliz por mostrarle a su hija la muñeca, encontró a Mariela llorando angustiada.

-La niña fue secuestrada- le dijo entre sollozos- un grupo de hombres armados se la llevaron, reporté a la policía pero...

Geraldo se volvió como loco, no podía ser posible. Desesperado, tomó su auto y se marchó a la estación de la policía donde Mariela había echo la denuncia del secuestro.

Mariela sonrió y cuando iba a subir a su habitación se quedó petrificada. Ante ella, envuelta en una tela de seda estaba aquella muñeca. Cuando Mariela la miró la sangre pareció congelarse en sus venas. El recuerdo de Ana vino a su mente.

-Díos mío- dijo asustada- esta muñeca tiene el mismo rostro de esa mujer...

Llena de miedo subió las escaleras rumbo a su habitación...

Las horas pasaban y su esposo no volvía. Cuando cayó la noche, Mariela no sabía qué hacer, no sabía porqué sentía tanto miedo...De repente, escuchó pasos en la escalera, unos pasos firmes, de pie delicado, de tacones, no, no era Geraldo, era alguien más,  quien podría ser?. Mariela se levantó de la cama, cerró la puerta con cerrojo y gritó.

-Quién es? quién está ahí? váyase o llamo a la policía.

No hubo respuesta, los pasos se acercaban cada vez más. Cuando Mariela estaba bloqueando la puerta con un mueble, escuchó el llanto de una niña. Era la voz de Sasha pidiéndole que le abriera la puerta...

-Tengo frío Mariela, tengo frío, decía la voz,  la misma voz que había escuchado aquella noche en la que dejó que la niña muriera congelada en el patio de la casa.

Mariela se tapó los oidos para no escuchar más. Por momentos, la voz de la niña se confundía con la voz de Ana que la llamaba "asesina"...Mariela comenzó a gritar desesperada aferrada a la puerta...

Cuando Geraldo volvió en la madrugada, encontró a su esposa muerta en el suelo de la habitación. Había sido degollada con una navaja y junto a ella, tirada en el suelo, con los ojos vidriosos mirándolo fijamente y con una sonrisa triunfal en los labios estaba la muñeca.

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